A Formentera sólo le bastan 69 kilómetros de litoral para enganchar al viajero ávido de aguas con un azul tan fácil de identificar. Ese tono inconfundible en cada postal que nos podamos encontrar. Formentera es muchas cosas, pero su esencia, esa razón de ser que la convierte en un tesoro mediterráneo, sin duda son sus paradisíacas playas.
Ocho razones, ocho playas principales, ocho argumentos de peso que hacen de esta isla un referente absoluto como destino vacacional para las familias los 365 días del año, pero que en la época estival apetece y mucho. No es para menos, pues en cualquiera de sus ocho playas se puede notar este sello inconfundible. Esas aguas azules 100% Formentera guardan un secreto: La Posidonia Oceánica. Es la gran ‘culpable’ de que las aguas cristalinas de la isla sean el titular de la carta de presentación de Formentera. Una planta generadora de vida, Patrimonio Mundial de la UNESCO desde 1999.
Playas para toda la familia
Sin alejarse mucho del puerto, es obligado darse un primer baño en Cavall d’en Borràs, siempre salvaje, mirador privilegiado para contemplar los islotes de Es Vedrà y Es Vedranell entremezclándose con la Posidionia. Aguas calmadas y poco profundas, idóneas para disfrutar con los más pequeños de la casa.
Más al norte, en la península de Es Trucadors, se abre un cisma ¿qué playa elegir? Al este la playa de Llevant. Casi 1500 metros de arena blanca salpicada con salientes de roca que crean pequeños rinconcitos. Sus dunas, repletas de pasarelas para cruzarlas, y el pequeño bosque de Llevant, son los que se encargan de separar a la playa de los estanques salineros, completando así este increíble entorno natural de alto valor ecológico. Al oeste, el buque insignia de la isla: Ses Illetes. Es la estampa más reconocible de la isla. Su belleza natural unida a su accesibilidad y amplitud, la convierten en la preferida con toda justicia. Resulta curioso cómo, llegados a un punto de la península de Es Trucadors, es posible dejar la toalla justo en el medio de las dos orillas (Llevant y Ses Illetes) y disfrutar de las dos a la vez.
Playas accesibles en bicicleta
En la costa occidental, agazapada entre acantilados bajos, Cala Saona ‘rompe’ con los esquemas de playas abiertas y kilométricas. Es una verdadera delicia el acceder a ella en un tranquilo paseo en bicicleta siguiendo los caminos que van hacia al sur y que recorren la parte más rural de la isla entre pinos y paredes de piedra seca. Una pequeña bahía entre Punta Rasa al sur y Caló d’en Trull en el norte, que regala uno de los atardeceres más bonitos que se pueden ver en Formentera.
Es Pujols y sa Roqueta, juntas pero no revueltas. Contrapuestas, funcionan bien para ofrecer al viajero dos caras de la misma moneda. Es Pujols, un amplio arenal de casi 700 metros con zonas rocosas donde se aposentan las casitas varadero típicas (escars) que le dan un toque pintoresco al paisaje. Y sa Roqueta, recóndito paraje al que se llega si se viene desde el Puerto de La Savina y donde el viento de Levante trae un suave oleaje muy relajante.
Entre acantilados
Dirigiéndonos hacia el sur, los más ‘gourmets’ tienen en Ses Platgetes su rincón favorito. Es Caló de Sant Agustí, la única población costera de esta área es parada obligatoria antes o después de recorrer estos tres arenales fragmentados por zonas rocosas con unas vistas privilegiadas hacia los acantilados de La Mola, donde la postal alcanza su cenit en un día de viento de Tramontana. Después, un merecido homenaje a los sentidos con la siempre excelsa muestra gastronómica de la isla.
La playa más larga de Formentera
Por último, Migjorn. Cinco kilómetros de costa que resumen a la perfección la esencia de Formentera. Al ser una playa tan extensa y con tantas posibilidades es muy recomendable para las familias, sobre todo, porque suele estar muy resguardada de los vientos predominantes en los meses estivales y porque goza de unos fondos arenosos poco profundos donde nadar con total seguridad. Además, aunque a primera vista no lo parezca debido a su orientación sur, es también un lugar ideal para disfrutar de la puesta de sol en cualquiera de sus chiringuitos y quioscos, un atardecer muy especial tras la plenitud del horizonte formenterés.
Acercarse a vivir Formentera y sus playas es lo más parecido a soñar despierto. Cerrar los ojos, dejarse conquistar por el sonido de la suave brisa empujar las olas, para luego abrirlos e inundarlos de ese inmenso azul… Un azul Formentera.