Una buena forma de conocer los destinos más recónditos es perdiéndose por ellos. En coche o autocaravana es una opción idónea para disfrutar de recorridos en familia. En este caso por las Rías Altas gallegas. Empezando por la preciosa Mariña Lucense, concretamente en Ribadeo, para terminar en el “fin del mundo”, la mítica Finisterre. Un viaje inolvidable.
Poco a poco la costa de La Mariña lucense, por la que empezamos nuestro recorrido en familia por las Rías Altas gallegas, se irá escarpando. La geografía se va encrespando y se empiezan a dibujar los seseantes caminos de las rías que se meten hacia el interior como cuchillos. Iremos descubriendo así un entorno natural bello, salvaje, misterioso y fascinante.
La impresión de sentirse pequeño en medio de la inmensidad y casi agresividad de estas tierras gallegas que abarcan las provincias de Lugo y A Coruña, contrasta con el acogimiento de los pueblos a los que llegamos. Una sensación que se acentúa cuanto más agreste es el paisaje que los envuelve.
Un tesoro que proteger
Porque sin duda el inicio del viaje no puede ser más amable. Ribadeo es señorial, bello, tranquilo. Bonito de ver y cómodo de caminar. La sorpresa que aguarda es la Playa de las Catedrales, así conocida turísticamente pero que sin embargo se llama Aguas Santas.
Durante muchos años fue un tesoro escondido. Salvado porque estaba alejado de la carretera habitual y el acceso había de ser a propósito. La cuestión es que cuando se descubrió, hubo que salvarlo. Para que esta maravilla natural no muriera de éxito por exceso de visitas. Ahora el acceso está restringido y hay que solicitar el correspondiente pase a la Xunta de Galicia.
Pero es que es fascinante. No le desmerece el nombre. Con la marea baja parece uno pasear bajo los arbotantes de una catedral creados por el propio mar. La sensación al caminar descalzo entre ellos, dejándose acariciar lo pies por la suave arena y el agua acumulada en algunas partes, es genial. Las horas se pasan y uno no se cansa.
Cuando ya se reinicia el recorrido, continúa el disfrute de esta costa rocosa. Donde quiera uno parar, se embelesa mirando al mar. Además, en la Mariña lucense, las muestras de arquitectura indiana son atractivas notas de color que salpican el camino.
Foz es uno de esos pueblos gallegos que te acogen. Tiene, como todos, sus rincones. Pero sobre todo, un recuerdo especial e imborrable que quedará de su visita son sus marismas: extensas playas de finísima arena blanca flanqueada por altas y flexibles hierbas. Un paisaje lleno de vida de vida y único.
De mareas, mares y océanos
Viveiro es también especial. Su ría, atravesada por algunos puentes, hipnotiza al enseñar claramente la subida y bajada de la marea. Con constancia y rapidez es un espectáculo para los ojos que no están acostumbrados a este fenómeno natural.
El casco antiguo de esta población de origen medieval es uno de los más importantes de Galicia. Tanto, que la Puerta de Carlos V, conocida como “A Maior”, es monumento nacional. Entre otras iglesias que tienen su “aquel”, la de Santa María en Viveiro es una. En su interior dos rosetones, uno sobre la portada principal y otro sobre la zona del altar, según la hora del día proporcionan una iluminación especial. Su visita es más que recomendable.
Unos 25 minutos y 30 kilómetros es la distancia entre Viveiro y el Cabo de Estaca de Bares, el punto más septentrional de España y donde se juntan el mar Cantábrico y el océano Atlántico. Pero entremedias hay mucho que ver y que hacer, para que ese tiempo y distancia sea más… Por ejemplo, quedarse en la extensa playa de Arealonga. Arenas blancas rodeadas de pinos y eucaliptos en plena naturaleza. O pasear por O Barqueiro, un típico pueblo de pescadores lleno de casitas de colores donde además habremos entrado ya en la provincia de A Coruña.
En Estaca de Bares es casi obligatorio un paseo con calma, entre la vegetación y acariciados por el viento, hasta el faro situado más al norte de la península. Mientras se disfruta de las vistas de escarpadas lenguas de costa y las olas gigantes rompiendo el cabo. El lugar lo merece. Es mágico.
Cariño y enormes acantilados
Pero no será el último en el que sintamos el hechizo de las Rías Altas. Porque las evocaciones celtas nos llegan en Ortigueira, que además de villa preciosa es el municipio donde se encuentra uno de los bancos más famosos del mundo. El de Loiba, situado en un lugar privilegiado para contemplar la costa del mismo nombre, es parada obligada para quienes quieran sentarse en el bautizado (publicitariamente) como “el banco más bonito del mundo”.
Más adelante hay otra sorpresa en el camino, inesperada. Además del nombre, el concello de Cariño tiene de dulce y amable el ambiente, la serenidad que allí se siente. Es lo que más le vale al núcleo urbano, si bien está bien reforzado por sus playas. Las urbanas de la Concha y la Basteira, que constituyen un extenso arenal en forma de arco de un kilómetro y medio, o la fantástica de Fornos.
Los platos “fuertes” vienen después: el Cabo Ortegal donde se sitúa el faro sobre su característica torre cilíndrica pintada de blanco y, más allá, el mirador de Vixía Herbeira, sobre los acantilados más altos de Europa.
Los paisajes que se pueden admirar a lo largo de la Sierra de A Capelada, son sencillamente espectaculares. Dejan sin palabras, sólo para contemplar y sentir. Las formaciones rocosas de granito negro, las más antiguas de España y entre las más vetustas del mundo, con sus más de mil millones de años, han creado en este área un litoral escarpado y salvaje. Hipnótico.
Ir de vivo que no de muerto
Siguiendo esta costa de acantilados, conocida como Ártabra, unos kilómetros más adelante, conducidos por esa magia que sigue inundando el paisaje, llegamos a otro lugar que es un deleite de sensaciones. Más aún si se hace cuando el sol empieza a caer, y va tiñendo el entorno de cálidos colores antes de sumergirse en el mar. San Andrés de Teixidó, el santuario donde dice la leyenda que la persona ofrecida a peregrinar deberá respetar su promesa, a riesgo de tener que ir de muerto: “A Teixido va de morto quen non foi de vivo”.
Aún pueden verse, a ambos lados del camino, los “amilladoiros” (túmulos) hechos con piedras arrojadas por los romeros. Esas que el día del Juicio Final “hablarán” para confesar quién cumplió y quién no, con la promesa de ir a San Andrés. Por allí crece también la planta “namadoira”, de la cual dicen sirve para remediar el mal de amores…
Camino adelante, ya hacia el sur, Cedeira, Ferrol, la propia A Coruña… formarían parte “técnicamente” las Rías Altas pero, para no perder el encanto de la naturaleza solitaria, salvaje y abrupta recorrida hasta ahora, abandonamos aquí este itinerario.
No sin hacer una escapada directa y a propósito, para terminar de dibujar un particular y figurado triángulo, a lo que se creía en la antigüedad el fin de la tierra, el “finis terrae” del latín. Y es que el de Finisterre es el tercero de los importantísimos cabos de las Rías Altas y que “cierra” el recorrido por las mismas. Aunque algunas fuentes denominan también como “Costa da Morte” el periplo desde la ciudad de A Coruña hasta aquí.
Pero la cuestión es que allí espera, en el momento oportuno, otra de las mágicas puestas de sol de Galicia. Como colofón de esta vez. Porque seguro que habrá otra, tal es la atracción que ejercen las Rías Altas gallegas, que dejan siempre ganas de repetir.